domingo, 31 de marzo de 2013

Cuando los sueños, sueños son

Uno de mis mejores amigos tiene un lema que pronuncia sin venir a cuento... Si hay un silencio o si le haces una pregunta que no le apetece contestar, él te suelta "Los sueños, sueños son". Siempre me han hecho muchísima gracia estas palabras, pero últimamente las he empezado ver desde un prisma distinto: ¿Y si es verdad que los sueños, sueños son? 
Nunca he sabido abordar con acierto el tema de los sueños porque siempre me ha parecido un asunto lleno de radicalidad: Si no sueñas, no tienes ilusiones ni motivaciones y te conviertes en un conformista; por el contrario, si sueñas, corres el riesgo de que te cataloguen como una maestra de cetrería (por eso de los pájaros en la cabeza). 

Con los sueños en el pensamiento, escribí este mini-cuento. Su protagonista es Marcelino Buenaventura y mi sueño más realista es no terminar pareciéndome a él.


"Marcelino Buenaventura siempre esperaba en el mismo lugar de la plaza del pueblo. Todos los días salía de su casa, situada a unos metros, acompañado de una pesada maleta que parecía contener las muchas y pocas posesiones de un anciano que ha vivido mucho en años y poco en experiencias. Todos lo conocían y respetaban: lo conocían porque todos los habitantes del lugar pasaban con frecuencia por su lado; y lo respetaban porque su mirada pensativa destellaba el saber que solo otorga la sensatez. Lo cierto es que Marcelino pensaba y pensaba. Hacía tiempo que había tomado una gran decisión (la única en muchísimos años): Tenía que cumplir su sueño. Había sido un buen padre, un buen marido y un trabajador muy respetado y reconocido. Aún así, él siempre había querido ser rico para viajar por el mundo. Su avanzada edad y su ajustada pensión solo le daban motivos para pensar que nunca podría alcanzar aquello que tanto deseaba. No obstante, un día, decidió hacer un pequeño equipaje y cumplir su sueño. No tenía dinero, pero se las podría apañar para alcanzar algún que otro destino de interés. En cuanto salía de su casa, se preguntaba adónde querría ir y la respuesta nunca llegaba: tantos lugares en los que nunca había estado que no sabía por dónde empezar; además, nunca podría ir a todos esos sitios.
Todas las mañanas se quedaba sentando en un banco de la plaza a la espera de su sueño. Así, a Marcelino Buenaventura se le escaparon los últimos años de su vida. No disfrutó de su familia, ni de sus amigos, ni siquiera vivió su sueño: únicamente pensó en él".